La raíz del garaje

Hoy, construyendo el garaje de mi nueva casa, me acordé de ti. Busqué tu nombre en el viejo reproductor de música y dejé que todos tus temas pasearan por mis orejas en modo aleatorio. 

Me sorprendí lejos de Babilonia, hermano. Estoy allá, ¡vivo acá!, en lugar del que hablábamos cuando teníamos dieciséis y dieciocho y veintiuno. 

Y fue así como tus versos dispararon en la diana de mi nostalgia. Una alegría y tristeza profundas, sonando simultáneas cada una por un auricular distinto. Alegría por haberlo encontrado. «El terreno en el que plantar mi comida, no depender de malgastar mi propia vida». Tristeza por la distancia, porque no estás aquí conmigo. Porque te extraño. 

Moviendo la tierra con el asadón, aplanando el suelo del garaje donde guardar las herramientas y la madera y los proyectos que vamos a construir, me sorprendió una raíz. Grande como un árbol subterráneo. Y allá te vi. 

La estiré para ver hacia donde llevaba, partiendo el suelo en dos como si fuera un mar de barro, y regresé a los bancos de verano donde te conocí. A los gritos a la muerte bajo las luces del paseo de la playa. Las barcas en la arena, las tardes frente al Mediterráneo. Al kebab del barrio de Sant Andreu i a la plaça dels Arcs donde me dijiste por primera vez que querías aprender alemán, años antes de partir hacia tu exilio. 

Volví a todos los lugares donde bebí de ti, de tu disciplina y entusiasmo -y necesidad- de exprimir los días. De soñar alto, porque «en el fondo tan solo somos los sueños que nos creímos». De escribir versos positivos para aliviar el dolor, y versos tristes para llorar lo que por siempre lloraremos. 

Creo que fue en todos estos lugares que empecé a ser quién soy: un peregrino de la vida, un caminante del sendero, un soldado de la jungla del asfalto confundido por la búsqueda de una libertad real. 

Y creo que fuiste tú, que plantaste la semilla del inconformismo que me trajo hasta la jungla de verdad. La de los fuegos ancestrales, la del barro negro y la vegetación gigantesca. La de las piñas en el jardín y la del agua fresca que se bebe directa del río. 

No sé dónde habría acabado de no haberte conocido, pero me nace agradecertelo. Qué suerte hermano que naciste, que me acompañaste en ese tramo de joventud ingénua y soñadora donde apuntamos hacia la vida que queremos. Y nos preparamos para que el paso del tiempo no nos haga olvidarnos de las verdades que entonces descubrimos juntos. 

«Miro hacia el pasado preguntándome por qué, ¿por qué este sentimiento con el tiempo se me olvida? Puede que el olvido forme parte del camino, como piedras en el río que dan forma a nuestra vida.»

Cada canción tuya es un recordatorio de lo que fui, de lo que soy y de lo quiero ser. Y de que te quiero cerca, también. Que eres una de las raíces que me permitió llegar hasta aquí, y que creo que este lugar te gustaría. Que algún día nos imaginábamos conviviendo juntos en la naturaleza, lejos de la locura de la ciudad. Que me encantaría que vengas de visita, que contemplemos este valle que ahora es mi casa como contemplábamos el mar que nos refugiaba del calor. Porque echo de menos esos dos adolescentes confiando juntos en todo lo que estaba por venir.